Ocho menos cuarto de la mañana. Como todos los días laborables, más o menos a la misma hora, salgo de casa para ir al trabajo. Últimamente, dadas las circunstancias, andando.
De camino, oigo subir la persiana del bar que tengo justo debajo de casa, que como todos los días salvo los martes, abre a las ocho. Con un movimiento de la cabeza, que me devuelve, saludo a Santi, al que hoy le ha tocado abrir. Más tarde, cuando paso por el Apeadero de San Bernardo, veo un autobús parado. Toca cambio de conductor, dentro las caras dicen “me han tocado los cinco minutos de parón”.
Todas estas situaciones laborales, que hoy nos parecen normales, no siempre lo han sido. Disfrutar de descansos semanales, vacaciones retribuidas, permisos, jornadas laborales no abusivas, etc, es fruto de un esfuerzo colectivo de muchos años. Recordemos lo que ahora nos parece tan lejano en España: la esclavitud, el feudalismo, las jornadas interminables limitadas tan solo por la salida y la puesta del sol, la falta de proteccióne en materia de salud, el trabajo infantil…
Como dijo el jurista alemán Rudolf von Ihering, “El pueblo que no lucha por sus derechos no merece tenerlos”. El día 1 de mayo, al igual que en otros muchos países, celebramos el “Día Internacional de los Trabajadores”, rindiendo homenaje a los “Mártires de Chicago”; un grupo de personas que dieron su vida en 1886 por defender la jornada laboral de ocho horas. Paradójicamente, en Estados Unidos, país donde tuvieron lugar los hechos, esta fiesta se celebra en septiembre.
Para finalizar, me gustaría compartir esta cita de Anna Quindlen, periodista estadounidense, “No podemos llegar a sobresalir en el trabajo si no hacemos otra cosa que trabajar”. Esta idea debería ser el hilo conductor de nuestras vidas, como trabajadores y como personas.